
La dismorfia corporal es un trastorno que afecta profundamente la manera en la que percibimos nuestro cuerpo, caracterizada por una preocupación intensa y obsesiva por defectos percibidos en la apariencia, muchas veces inexistentes o insignificantes para los demás, pero que para quien lo padece se convierten en una fuente constante de angustia. Esta condición no solo afecta la autoestima, sino que también puede llevar a comportamientos poco saludables, como la restricción alimentaria extrema o el aislamiento social.
Quiero compartir mi experiencia con la dismorfia corporal y cómo esta se entrelazó con los trastornos alimenticios en mi vida. Aunque todavía estoy en el camino hacia la sanación completa, he logrado avances significativos que me han permitido tener una relación más sana con mi cuerpo y la comida. Este camino ha sido largo, lleno de aprendizajes y retrocesos, pero también de pequeñas victorias que me mantienen avanzando.
El inicio de mi relación complicada con la comida
Mi relación con la comida comenzó a cambiar hace más de siete años, cuando empecé a experimentar problemas digestivos frecuentes: indigestión, gases y acidez. Cada comida se convertía en un desafío físico y emocional, a tal punto que hasta el agua me causaba dolor de estómago. Para evitar esas molestias, decidí dejar de comer ciertos alimentos, pero esto rápidamente escaló a restringir gran parte de lo que solía comer. Mi peso empezó a bajar drásticamente, y aunque mi cuerpo sufría, algo dentro de mí encontró un extraño consuelo en ese cambio físico.
El miedo a recuperar el peso perdido se instaló como una sombra constante. Me obsesionaba con no volver a ser “la de antes”, lo que alimentaba conductas restrictivas y un control extremo sobre cada bocado que ingería. Esto no solo me llevó a alejarme de la comida, sino también de mis amigos y familiares. Comencé a aislarme, temiendo ser juzgada por lo que comía (o no comía) o por cómo lucía mi cuerpo. Las salidas sociales que solían girar en torno a la comida se convirtieron en momentos de estrés y evitación.
El vínculo entre la dismorfia corporal y los trastornos alimenticios
La dismorfia corporal y los trastornos alimenticios están profundamente conectados. En mi caso, la obsesión con controlar mi peso y apariencia física se alimentaba de pensamientos negativos sobre mi cuerpo. Me miraba al espejo y solo veía defectos: “mis caderas son demasiado anchas”, “mi vientre nunca es lo suficientemente plano”. Estos pensamientos distorsionados sobre mi cuerpo me empujaban a tomar medidas extremas para intentar “arreglar” aquello que creía defectuoso.
Este ciclo de insatisfacción corporal y restricción alimenticia es algo que muchas personas con dismorfia corporal experimentan. La necesidad de alcanzar un ideal de perfección, que muchas veces es irreal y está influenciado por estándares sociales o culturales, se convierte en una meta inalcanzable. A medida que intentamos cumplir con esas expectativas, el cuerpo y la mente se ven sometidos a un desgaste profundo.
El proceso de recuperación: pequeños pasos hacia la sanación
Después de años de lucha, y gracias al apoyo de mi familia, amigos y profesionales de la salud, comencé a dar pequeños pasos para sanar mi relación con la comida y mi cuerpo. Este proceso no ha sido lineal; ha habido recaídas y días difíciles, pero también he aprendido a celebrar las victorias, por más pequeñas que sean.
Uno de los cambios más significativos ha sido aprender a incluir más grupos de alimentos en mi dieta. Al principio, prioricé los alimentos más nutritivos, como frutas, verduras y proteínas. Sin embargo, también entendí que la alimentación no se trata solo de nutrientes, sino de placer y conexión emocional. Ahora disfruto de esos alimentos que me hacen feliz, sin culpa ni restricciones.
Otro paso importante ha sido desafiar las creencias negativas sobre mi cuerpo. Este es uno de los aspectos más difíciles de mi recuperación, ya que la dismorfia corporal todavía me afecta en algunos momentos. Sin embargo, a través de la terapia y el apoyo emocional, he aprendido a cuestionar esos pensamientos automáticos y a tratarme con más compasión.
Las recaídas: parte del proceso
Aunque he avanzado mucho, debo admitir que todavía tengo recaídas. Hay días en los que vuelvo a sentirme insatisfecha con mi cuerpo o en los que la ansiedad por la comida reaparece. Sin embargo, he aprendido a no castigarme por esos momentos. Las recaídas no son un fracaso, sino una oportunidad para reflexionar y seguir trabajando en mi recuperación.
En esos días difíciles, me apoyo en herramientas que he desarrollado con el tiempo: técnicas de respiración, escribir en mi diario o simplemente recordar cuánto he avanzado desde que comencé este camino. También recurro a mis seres queridos, quienes me recuerdan que no estoy sola en esta lucha.
Un mensaje para quienes luchan con la dismorfia corporal y los trastornos alimenticios
Si estás enfrentando una lucha similar, quiero decirte que no estás solo.a. La dismorfia corporal y los trastornos alimenticios son batallas difíciles, pero es posible encontrar un camino hacia la sanación. Busca apoyo, ya sea en tu círculo cercano o en profesionales especializados. No tengas miedo de hablar sobre lo que estás sintiendo; muchas veces, compartir nuestra experiencia puede ser el primer paso para liberarnos del peso emocional que cargamos.
Aprender a amarnos y aceptar nuestro cuerpo tal como es no sucede de la noche a la mañana, pero cada pequeño paso cuenta. Recuerda que tu valor no está definido por tu apariencia física ni por el número en la balanza. Eres mucho más que eso.
Aunque mi camino todavía no ha terminado, estoy aprendiendo a disfrutar de la vida nuevamente, a encontrar alegría en los pequeños momentos y a valorar mi cuerpo por lo que me permite hacer, no por cómo se ve. Y tú también puedes hacerlo.
No te rindas. El proceso de recuperación vale la pena.