Dos maletas y un sueño: una travesía de fe, frío y nuevos comienzos en Francia

El inicio de un viaje con más preguntas que respuestas

El 3 de septiembre de 2024, llegué a Francia con dos maletas, una mezcla de emociones y una fe que, aunque temblorosa, me sostenía. Venía a estudiar, a crecer, a buscar una versión de mí que solo podía encontrar saliendo de mi zona de confort.

Angers parecía un lugar tranquilo, pintoresco, casi sacado de un cuento. Pero apenas llegué, la realidad me golpeó con su propio idioma, con el clima cambiante, con la burocracia francesa y con la soledad que acompaña a quienes dejan todo atrás para perseguir un sueño.

El desafío de empezar desde cero (en otro idioma)

No fue fácil. La vida universitaria comenzó entre papeles, trámites, colas interminables y mucha incertidumbre. Pero uno de los desafíos más grandes fue encontrar alojamiento. En Angers, conseguir un lugar donde vivir es casi una misión imposible para los recién llegados. Cada opción parecía cerrarse una tras otra.

Pero ahí, justo en ese momento de mayor angustia, apareció una familia que se convertiría en uno de los regalos más grandes de esta experiencia. Me acogieron sin dudarlo, con una calidez que rompió el frío de mis primeras semanas. Me ayudaron a entender los procesos, a moverme por la ciudad y, gracias a ellos, encontré un alojamiento en tiempo récord. Su generosidad no solo me dio un techo, también me dio tranquilidad. Y eso, cuando estás empezando desde cero, vale oro.

La sorpresa de encontrar rostros conocidos en tierra lejana

Una de las cosas que más me sorprendió fue encontrar amigos de mi país. Entre tantos idiomas y acentos, escuchar mi propio acento fue como tomar un sorbo de chocolate caliente con queso en una tarde helada. Nos encontramos casi por casualidad, pero nos reconocimos enseguida por la mirada, por la nostalgia compartida, por ese instinto de comunidad que solo entiende el que ha migrado.

Con ellos comparto anécdotas, risas, recetas de casa, y hasta esos silencios que solo entienden quienes extrañan lo mismo. Son un pedacito de mi país aquí, y con ellos la distancia duele menos.

Un invierno frío… y un corazón que calienta

El invierno en Francia no es solo meteorológico. Hay un tipo de frío que no viene del clima, sino de la distancia, de la falta de abrazos conocidos, de estar lejos de mamá y papá, de los amigos de siempre, del idioma que abraza. Y sin embargo, justo cuando el frío se hacía más fuerte, conocí a alguien que se convirtió en mi refugio.

Él llegó como un rayo de sol en medio del invierno. Sin grandes promesas, sin discursos, solo con su presencia cálida, su risa, su forma de mirar. Con él descubrí que también se puede construir hogar en una mirada, en una tarde compartida, en una conversación que se siente como volver a casa.

Hoy, por mis prácticas, estamos lejos físicamente, pero su amor sigue siendo esa fuerza silenciosa que me empuja, que me recuerda que no estoy sola. Que todo esto vale la pena.

En las dificultades, Dios manda ángeles

Cuando miro hacia atrás, no puedo evitar sonreír. No porque haya sido fácil, sino porque ha sido real. Francia me ha enseñado más de lo que cualquier aula podría: me ha enseñado a confiar, a soltar, a llorar sin miedo, a reír con ganas, a buscar la belleza en lo pequeño.

Y sobre todo, me ha enseñado que en cada momento difícil, Dios manda ángeles. A veces son personas que aparecen de la nada y te cambian la vida. Otras veces son oportunidades disfrazadas de obstáculos. Y muchas veces, son esos momentos de calma en medio del caos, donde sabes, sin entender cómo, que todo va a estar bien.

Un mensaje para ti, que estás lejos o comenzando algo nuevo

Si tú también estás lejos de casa, o comenzando una nueva etapa, quiero decirte algo desde el fondo de mi corazón: ten paciencia contigo. Nada florece de un día para otro. Habrá días duros, sí, pero también habrá milagros escondidos en cada paso.

Sigue caminando. No estás sola. No estás solo. Los ángeles llegan, justo cuando más los necesitas. A veces con forma de familia acogedora. A veces con forma de amigos inesperados. A veces con forma de amor. Y siempre, con la mano de Dios guiando el camino.

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