A veces, las mejores escapadas son las más sencillas. Y la mía a Saumur, una pequeña joya en el Valle del Loira, fue la prueba perfecta de ello. El viaje desde Angers no tuvo complicaciones: un tren directo que me dejó a los pies de esta ciudad pintoresca. Con el sol de mi lado, me preparé para un día lleno de historia, vino y, sobre todo, muchas escaleras.

El castillo de Saumur: una historia que te roba el aliento (literalmente)
Apenas llegué, mis piernas se pusieron en marcha para el desafío más grande del día: la subida al Château de Saumur. No voy a mentirte, el trayecto es una buena caminata. Primero, cruzas la ciudad, luego te encuentras con una colina que pone a prueba tu estado físico y, para rematar, un tramo de escaleras empedradas que parecen no tener fin. Pero créeme, cada paso vale la pena.
El castillo, que alguna vez fue fortaleza, prisión y hasta residencia ducal, se alza imponente sobre el río Loira. Desde arriba, la vista es sencillamente espectacular. No pude resistir la tentación de tomar un respiro y sacar miles de fotos.
Una vez adentro, me sumergí en su historia. Compré mi entrada (con un descuento para estudiantes que siempre se agradece) y me perdí en los pasillos durante una hora. Descubrí que el castillo no es solo una estructura antigua, sino un espacio vivo que acoge exposiciones temporales. Me impresionó especialmente “L’étoffe des reines” de Rada Akbar, una serie de vestidos-escultura que rendían homenaje a la fuerza de las mujeres. La muestra de cerámica y la de caballos, que celebra la tradición ecuestre de la ciudad, también fueron un gran descubrimiento.
Un tip: si vas, dedica un buen rato a los jardines y los miradores. Y si llevas tu propio picnic, la zona de mesas al aire libre es perfecta para recargar energías con una vista de postal.






Vino, burbujas y sorpresas en la Cave Louis de Grenelle
Después de tanta historia, llegó el momento de sumergirme en otra de las tradiciones de Saumur: sus vinos espumosos, conocidos aquí como fines bulles. Mi destino fue la Maison Louis de Grenelle, una de las bodegas más emblemáticas de la ciudad.
La visita es una experiencia en sí misma. Caminé por las galerías subterráneas, excavadas en la piedra caliza, donde los vinos se producen y maduran. La guía fue muy dinámica, llenando el recorrido de anécdotas y detalles sobre el proceso. Fue una pena que fuera un sábado y no pude ver a los trabajadores en acción, pero aun así, la atmósfera del lugar es mágica.
Pero la mejor parte, sin duda, fue la degustación. El menú ofrecía vinos tranquilos o espumosos, y no lo dudé ni un segundo. Catamos varios tipos y aprendí sobre los niveles de dulzor, desde el Brut Nature (sin azúcar) hasta el Doux (el más dulce). Y la sorpresa más grande de todas: un vino espumoso tinto, una verdadera rareza incluso para los franceses.
Si eres un apasionado del vino, este lugar es una parada obligatoria. Por solo 5 €, la visita y la cata te dan una lección completa sobre el patrimonio vitícola de la región. Salí de la bodega con un par de botellas, lista para compartir (si no me las termino antes) y con una sonrisa en la cara.


¡Hasta pronto, Saumur!
Con mis piernas ya pidiendo un descanso, emprendí el camino de vuelta a la estación. Mi mente, en cambio, estaba llena de imágenes y sensaciones: las vistas desde el castillo, el arte de Rada Akbar, la frescura de las cuevas y el sabor único del vino tinto espumoso.
Saumur es una ciudad que te invita a ir sin prisa, a subir cuestas para ganar las mejores vistas y a descubrir el encanto de sus tradiciones. Una escapada perfecta para cualquiera que busque un poco de historia, cultura y, claro, una buena copa de vino con burbujas. ¿Te animarías a hacer la caminata?


